Los radicales libres son átomos o moléculas que contienen oxígeno que presentan un electrón libre en su órbita externa. Las moléculas estables tienen electrones en parejas; sin embargo, si un electrón no se empareja con otro, se vuelve muy reactivo e inestable, buscando otro electrón para emparejarse con él. En el proceso de captación de una pareja, se produce una reacción entre moléculas, y la otra molécula puede convertirse en otro radical libre y perpetuar el proceso.
Aunque los radicales libres tienen una vida muy corta (del orden de una milésima de segundo) son tremendamente reactivos (un RL puede dañar un millón de moléculas mediante este proceso de autoperpetuación).
En el curso normal del metabolismo del cuerpo humano se producen radicales libres, y aunque pueden canalizarse hacia la producción de energía, e incluso en algunas células ser utilizados como armas para destruir virus y bacterias, lamentablemente, cuando son generados en cantidades excesivas, su energía extremadamente elevada puede dañar los tejidos normales.
Exposición a los radicales libres
A parte de la formación interna de producción de radicales libres, también estamos expuestos a los radicales libres que se encuentran en el ambiente o que se generan al exponernos a ciertos compuestos químicos. Entre los productores externos más comunes encontramos:
- La luz solar,
- La radiación ultraviolet.
- El humo del tabaco, el humo de combustión de la madera y los humos de combustión de materiales de construcción.
- Consumo de alcohol.
- Los aceites procesados y las grasas hidrogenadas.
- Polucionantes atmosféricos (gases de escape, halógenos, etc.) y de las aguas (nitratos, fosfatos, detergentes, etc.).
- Los alimentos asados y a la brasa, o alimentos carbonizados.
- Los metales pesados presentes en ciertos alimentos procesados, en el agua, etc. (sobre todo plomo, cadmio, mercurio, níquel y aluminio).
- Los aditivos alimentarios.
- Los pesticidas y abonos químicos.
- Algunos medicamentos (píldoras anticonceptivas, acetaminofeno, adriamicina, fenacetina, metronidazol, etc.).
- La práctica intensa de deporte, debido al importante consumo de oxígeno que exige.
- Diabetes y obesidad.
- La deficiencia en vitaminas, minerales y oligoelementos.
- El estrés y la fatiga son factores importantes a tener en cuenta ya que perturban la síntesis hormonal endocrina y favorecen la pérdida de minerales importantes e indispensables en actividades enzimáticas vitales en la lucha contra los RL.
Radicales libres y envejecimiento
Los radicales libres desempeñan papeles importantes en los procesos inflamatorios y degenerativos. Su presencia está vinculada directamente con el envejecimiento. Las señales más visibles de un exceso de radicales libres están en la piel, concretamente en un desarrollo acelerado de arrugas, pérdida de elasticidad y manchas cutáneas (manchas marrones de la vejez que simbolizan un alto grado de peroxidación lipídica). Al desnaturalizar el colágeno y la elastina, los RL alteran la propiedad de soporte del tejido conjuntivo, favoreciendo de este modo la aparición y el desarrollo de las alteraciones del envejecimiento.
Así, las situaciones patológicas o manifestaciones clínicas que se observan en caso de un aumento de radicales libres son un envejecimiento y deterioro prematuro del organismo. Inicialmente, surge una alteración del organismo con falta de dinamismo, cansancio físico y psíquico, malestar general, etc.
Seguidamente aparecen disfunciones orgánicas que con el tiempo se verán directamente relacionados con trastornos más importantes, crónicos o, incluso, degenerativos.
- Trastornos generales: astenias funcionales, espasmofilia, calambres, trastornos del crecimiento, cataratas, psicoastenia, depresiones.
- Alteraciones del sistema inmunológico: enfermedades autoinmunes, lupus eritematoso, artritis, sida. Infecciones virales, rinitis, faringitis, conjuntivitis, gripe, neumonía, herpes.
- Trastornos circulatorios: varices, hemorroides, piernas pesadas, síndrome de Raynaud.
- Afecciones reumáticas: tendinitis, poliartritis crónica evolutiva, artritis reumatoide, artropatías, osteoporosis, espondilitis anquilosante.
- Problemas dermatológicos: alteraciones del tejido conjuntivo, arrugas, acné, eczema, psoriasis, alopecia.
- Patologías bucales: parondopatías, gingivitis, estomatitis, aftas.
- Patologías digestivas: colopatía funcional, ulceras digestivas, cirrosis, enterocolitis, gastritis.
- Alteraciones en la mujer: síndromes premenstruales, dismenorreas, menopausia, celulitis.
- Trastornos de la glucorregulación: diabetes, obesidad, aterosclerosis.
- Enfermedades degenerativas: esclerosis en placa, cáncer, cardiomiopatía, arteriosclerosis. Sobre este punto aclarar que, en muchos casos, no solamente son los radicales libres que producen una de estas alteraciones patológicas, sino que también deben considerarse otros factores implicados (sentimientos, actitudes, alimentación desequilibrada, mala calidad del agua, etc.).
Protección frente a los Radicales Libres
Nuestro organismo posee un sistema enzimático endógeno de protección frente a los radicales libres que evita su proliferación pero, como he comentado antes, la formación de éstos se ve acelerada por productores externos como los aditivos, el estrés, la luz solar,… por lo tanto, nuestro organismo necesita una ayuda complementaria externa que consigue mediante los antioxidantes que son sustancias que nos ayudan a prevenir la oxidación de las células a consecuencia de los radicales libres.
Entre los antioxidantes podemos encontrar las vitamina C y E, el batacaroteno y carotenoides, bioflavonoides, y algunos oligoelementos como el zinc, cobre, selenio,…
Hoy nos vamos a centrar en una sustancia antioxidante muy potente llamada proantocianidina, también conocida como OPC.
Antioxidante OPC
El OPC es una sustancia que se encuentra en la piel, corteza, pepitas y hojas de muchas plantas y vendría a ser como el sistema inmunitario de dicha planta puesto que la protege de la oxidación. Se ha comprobado que es casi 20 veces más potente que la vitamina C y hasta 50 veces más potente que la vitamina E.
El OPC fue descubierto por el farmacológico francés catedrático Jack Masquelier quien desarrolló un método para obtener OPC de alta concentración a partir de las pepitas de las uvas y de la corteza del pino ofreciendo, de esta manera, una sustancia que retrasa el proceso de envejecimiento en nuestro cuerpo y que nos mantiene sanos hasta una avanzada edad.
El OPC ha sido investigado científicamente desde hace décadas de manera intensiva. No tiene efectos secundarios y puede ser tomado regularmente, tanto de manera preventiva (para mantener la salud) como de forma terapéutica (para ciertas enfermedades).
A nivel general, el OPC protege el colágeno ante ataques y evita la reducción del mismo y, además, neutraliza los radicales libres, evitando sus ataques destructores en todas la partes del cuerpo. Puesto que el OPC protege el colágeno y la elastina, la piel se mantiene elástica y lisa, proporcionando efectos positivos para la salud.
Una piel sin arrugas es también una imagen del estado interior de nuestro cuerpo; el OPC mantiene los tejidos y órganos interiores jóvenes y lisos y, por lo tanto, sanos.
Dicha sustancia es buena para distintos padecimientos y enfermedades: inflamaciones, enfermedades cardiovasculares, enfermedades de la piel, hipertensión, caries, hemorroides, fracturas, nivel de colesterol elevado, alergias, hidropesía, padecimientos vasculares, lesiones deportivas, enfermedades de los ojos, … la lista es tan larga como variada.
Si conocemos cual es el sistema por el que nuestro cuerpo envejece y enferma y, conocemos opciones para ralentizar dicho proceso… ¿A qué estamos esperando?
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Las informaciones contenidas en este artículo se publican únicamente con fines informativos y no pueden ser consideradas como recomendaciones médicas personalizadas. No debe seguirse ningún tratamiento basándose únicamente en el contenido de este artículo, y se recomienda al lector que para cualquier asunto relacionado con su salud y bienestar, consulte con profesionales de la salud.